jueves, 29 de enero de 2009

Donde Nunca Pasa Nada


Cuando las tejas parecen volar, mi alma tras ella arriesga, sigue a olores imposibles en las sombras de las farolas, se cuela entre paredes de ladrillo y las hace suyas, ya todo es suyo aire, voces y brisa densa, como de primavera, siendo invierno, como de luz en el alma, siendo otoño, como si por un momento todo quedase inmóvil y pudiese tocar la felicidad y vislumbrar la pureza del alma sin pegas, sin reproches, sin la más mínima duda de que todo es real y cálido. Todo fluye ese mar fresco que inunda este cuarto, a veces tan pequeño para albergar tantos sentimientos y a veces tan grande que me sume en su vacío, inexistente vacío cuando todo va mal, cuando la sombra no es reflejo de luz cierta, sino de oscuridad inexplicable, de esa que no se puede combatir con palabras, ni con verdades; de esa que no razona, que no quiere saber quién eres ni qué haces aquí. En un rincón espero si me pierdo, mirada al suelo para no ver la ventana y piernas firmes, por si hay que escaparse por una rendija abierta en donde solo vi candados, donde un día marqué mi nombre y mi pesar y ahí siguen inexorables al paso del tiempo, fiel memoria de lo que un día pude llegar a ser, fiel reflejo de cómo los días se vuelven noches y las noches días.
Escapa del cuarto donde nunca pasa nada, excepto el tiempo.