sábado, 9 de marzo de 2013

Érase una Vez


Errante como un delito sin condena
de un limbo a otro, como árida tierra coronada de espinas,
o germen de sospecha rasgando el tiempo.
Y me sigo dando cuenta de casi todo.
Siento ese sol de invierno derretir la escarcha que se acumula por los rincones;
con cada cristal efímero una laceración
que es pregunta y solución
es en la negación congruente delirio.
¿Aduana quebrada? Aún espero que no.

Tienen los días de hastío un algo peculiar
cebados de irónico desaire, pierden peso;
álgido, tal es el viento desconocido,
o desacostumbrado.
Cuarteada piel de un abismo venidero,
pleno edulcorado imaginario de unos brazos
¿o eran abrazos?
Deleitosas tardes de imperfección premeditada
bagatelas que no arreglan…
Un guiño caldeando la voluntad, en un instante;
Puede que en otra vida aquello fuera más que el preludio
de algo importante,
digno de ser contado;
algunas conjunciones cósmicas son más bellas que otras.


Un fulgor que en un instante
la verdad desmortajada revela
encuerada piel de luna
intrincada intriga que es la entrega.

Cabrearse o crecerse
mar de tormenta, tan bello
que no puedo dejar de mirarlo, ahora
no puedo dejar de perderlo.

Gran momento en que el día agonizante
crepita ajeno al ineludible pasar del tiempo;
en la sazón siento y reinvento
cándido bosquejo de la dicha.

Fatalidad e ingenio, otra extraña pareja con la que hay que convivir.