Los codos pesan
y ya ni escribo
sólo fluyo, ahora dentro, ahora entre dentro...;
se ha venido en un desliz
Y con ella ese desvelo de íntimo reparo
gabán de alegrías efímeras,
sobreviniendo al tiempo.
Tiempo en que te miro largarte,
curioseando el camino abierto
de ponerle la espalda a la ventisca
para guardarme los ojos de verte;
que ahora echan flores entre las ganas de ti,
de que seas o hubieras sido
dejarme abanicar tu olor con mis pestañas.
Rítmicas,
sensualidad descuidada,
lucidez apagada, que me llega tu voz...
Me he rendido
a ese grabado de pieles
y un montón de huellas anegando;
y aún respiro.
Retengo también un volcán en el que me hago en sacrificio
vírgenes acontecidas y perezas condescendientes. Donde no tiraré ni una fragua
donde desfogar iras ni mucho menos mis espadas, ni las chispas de golpearme
duro donde menos duele.
Hay un camino que huele a incienso en el que no pienso más
que en encontrarte y en el que no pienso encontrarme; para seguir con los dedos
hasta arriba de fango, hierba y cosas dulces que sólo se paladean cuando se
está perdido, cuando una se arroja a la vía a media noche sin más tren al que
subirse que algún sueño, y dormita hasta que vence el día.
Así se siente una vela cuando se desnuda hacia su muerte,
últimos granos de arena de un reloj de playa, arrojados al vacío sin ese aire
que igual gesta dunas que destapa verdades; así me miran las nubes de llover cuando
custodian un sol tan pálido que no se atreven de tanto amansar la calma.
Hay espejos demasiado pequeños para que se distingan
cosas de tan
inmensa belleza.