A la luz de atardeceres que parecían incendiar el horizonte
La contradicción que acompaña en su humareda el final del desastre hasta sus últimas consecuencias, hasta el final de yemas de dedos agarrotados de no tocar, de no asentir en fiestas de desconocidos que miran de refilón otros rostros congestionados por el miedo de perder todo lo esperado; o de perderse entre lo que nunca debió traerse hacia su rellano
Y a la oscuridad se la come el frío sin dejarla respirar cuando la madrugada retuerce los pedazos que componen un cuerpo a gajos descosidos. Pero igual con pegamento sirve para unirlos de nuevo, por un tiempo o por siempre; para jugar de nuevo a tirar piedras y dolernos al reír del mundo consentido
Sigo a ciegas
domingo, 3 de enero de 2010
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