martes, 10 de octubre de 2017

Espías de la Bandeja de Salida

Revuelta y arañados de muerto de hambre,
de hombres y dolor de frotar de alas,
y no se vuelve de otro tiempo...
Sólo se es estatua o diosa,
lápida o cadáver,
es el mismo imposible,
que abrir cenefas de alfiler
o cifrar la duda en la caída
de ojos encerrándose de pena.
Un pensamiento en redondo
cayendo a peso en el mar muerto
de tu desgana, de flotar...

Placer, gula de falta de ensueño,
sopesar cada verso,
cada aire que nos tocara el pelo;
si yo volara, y tú volaras;

este suelo plisado sin gana,
cada torna que avivo en tu llama
por miedo a no ser vista;
y fumo a escondidas y me cambio de sabor,
y me arrimo al bordillo y miro,
mimo cada velo que cae
limando tu vuelo.

Capeo tu sombra con maestría
de alfarero suicida;
me visto sin pies y sin más,
salgo, repto, no sé qué hago.
Incito al mundo a sobrevivir,
dejarse tumbas de medio lado;
dejar que me emprenda a golpe de piedra,
a cada dolor una mueca,
a cada chispa un grito.

Si la banca está rota,
o la mano,
es mi entraña la que rota
la que en ruta se agota;
y pasa la vida en un sueño precioso
sacando pajas del ojo ajeno
haciendo a prójimo lo que le da la gana;
que sólo gana cuando quiere
intentando abanicar con las pestañas
suelos de polvo,
de barrer el barro
de tu piel enojada de tiempo.
Levántanse las manos,
de una pasada desbaratarse,
ni vivir, ni sentir, ni ser,
ni por fin pensar, no pensar.

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