martes, 31 de agosto de 2010

Black Swarm

Tratamos de apoderar en relojes el tiempo, creyendo que así controlábamos su paso. Cada tictac determina los nuestros, el destino como segundos infinitos termina siendo regido por minutos que uno llega más tarde de la hora prefijada, minutos perdidos que atrasan un proceso de vital importancia, y que como siempre viene con sus límites temporales incorporados. Intentamos comprender y explicar tantas cosas para dominar, que a la postre convierten nuestras vidas en sus dominios de acción…

Pero las horas pasan a veces en balde, horas del no saber, del demasiado pensar… y algunas horas de abanicos en la espalda y miel en los ojos, de un atardecer que renace dejándose convencer por la piel que lo refleja. Horas melancólicas adaptándose a las horas de aguja pero que sin nada que ver con éstas determinan también nuestra vida. Para algunos sus días no son más que el proseguir de un reloj, a su marcha de cruel horario. Otros se rigen por demandas igualmente urgentes como no dejar de aprovechar el rato libre de esa persona, correr a la calle en esa hora especial en que el día se torna mágico, parar y escuchar lo que tantas veces sólo te has molestado en oír, ser, o intentar ser como mínimo, hasta en la adversidad, reír por no gritar o por no llorar, estar por encima de lo que uno piensa que podría ir mal y no dejarse caer en el sufrimiento y la desesperanza cuando efectivamente ocurre lo malpensado. Mucho más que elementos medibles en lo que establecer principios y finales. Principios los propios y finales los que decidamos tener y los que no tengamos más remedio que aceptar











Sólo por los ratos encantadores que aparecen donde pensabas que sólo había inexpresión, merece la pena no cejar ante la duda; y aceptar que las cosas y las personas no están del todo llenas ni del todo vacías

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