jueves, 26 de febrero de 2009

Amoldándome al remolino


Cuántos campos agostados ya... Ni la única esperanza en pie sigue ahora mismo; también cedió a lo inevitable, por lo visto. Sigo llamando a mi ángel de la guarda, ese que tantas veces me elevó a lo más alto desde el suelo, ese que debe haberse quedado dormido o anestesiado por el frío del invierno. A mi risa ya no responde el eco, sólo más de lo mismo, ruidos sinsentido que sólo rompen el silencio sin calmarlo.

Lenta parte la noche hacia otro día. Mentiras buscadas como medios o fines que no llegan sino a enredarse sin alzar el vuelo. Pero algún día dejarán de ser fantasía para ser verdad.

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